jueves, 3 de abril de 2014

Universidad pública, futuro y porvenir

por Juan García Única

En enero del año 2000, en la Universidad de Columbia, Edward Said inició una serie de conferencias que habría de ir rehaciendo y ampliando hasta su muerte en septiembre de 2003. Los textos, recogidos luego en un volumen póstumo que atiende al título de Humanismo y crítica democrática, constituyen una indagación acerca del difícil acomodo de las humanidades en un mundo que ya insistía demasiado entonces, y que de hecho no ha parado de hacerlo, en llamarse a sí mismo globalizado. Fiel a un estilo que gusta de dejar entreverarse la curiosidad, la sutileza del buen lector y, por qué no decirlo, una cierta alegría intelectual propia de quien no duda en apostar por el conocimiento apasionado, el libro de Said se lee hoy, a once años de su muerte y catorce del inicio de las conferencias que recoge, como una sugerente invitación a pensar y repensar una actualidad que en sus páginas no estaba del todo prevista.
Ha llovido mucho desde entonces, nos demos cuenta o no. Es fácil advertir hoy que el proyecto de un humanismo al estilo del que propugnó Said a partir de la lectura de Giambattista Vico (sencillamente el humanismo que encuentra su núcleo central «en la idea secular de que el mundo histórico es obra de los hombres y las mujeres, y no de Dios») parece si cabe más lejano ahora que hace quince años. Nuevas formas de sacralización no han dejado de asentarse ni de torpedear el viejo y belloproyecto ilustrado de la ciudadanía en lo que va de milenio. De entre ellas, sin duda, sobresale la sacralización de un capitalismo financiero que ya se ha convertido en el auténtico regidor del mundo tras haber logrado naturalizar es decir, hacer que se convierta en el aire mismo que respiramossu dogmática de categorías quasi metafísicas: mercado, competitividad, crecimiento sostenido, etc.
Ante este panorama tan estrecho de horizontes, cualquiera empezando por el propio Said, que las escribió– se vería en la tentación de pensar que las siguientes palabras se restringen a un problema específico del estudio de las humanidades: «hay dos perspectivas encerradas en una contienda interminable. Una de ellas entiende que el pasado es una historia en lo básico acabada; la otra considera que la historia, incluido el propio pasado, está todavía sin resolver, todavía haciéndose, todavía abierta a la presencia y los desafíos de lo emergente, lo insurgente, lo no correspondido y lo inexplorado». Exacto, añadamos: todavía.
No por modestos son menos importantes los adverbios. Quien esto escribe considera que la ingenuidad no es lo contrario de la inteligencia. Considera, además, que la ingenuidad puede ser una estimulante vocación, puesto que sólo asegurándonos de que la conservamos en cierto grado podemos comprobar que no hay nada en esta vida que termine jamás de pensarse del todo. Pero mucho me temo que ese afán reformista al que está siendo sometida nuestra universidad pública en este momento, y que a menudo no pasa de ser una obsesión por vituperarla, tiene más de paralizador que de emprendedor, por usar un término muy del gusto de los burócratas a los que se les ha encomendado la tarea de ejecutarlo. Diríase que se detecta no encuentro una manera más suave de decirlola repelente seguridad del sabelotodo en quienes han redactado, pongamos por caso, ese destilado de expertos varios que llamamos Informe Wert. Y quien lo sabe todo ya se puede estar sentado.
Lo diré de otro modo: si la historia ya está en lo básico acabada, entonces esto y esto es el capitalismo global, es decir, la explotación de todos por unos pocos; sigo sin hallar un eufemismoes lo que hay y a la universidad sólo le queda plegarse a la fantasía social del neoliberalismo. Sólo le queda ser formalizada, estructurada, a través de un texto que la fosilice como un eslabón más en la cadena de la explotación laboral. Dicho texto será la nueva ley que ya se está diseñando. Sucede sin embargo que la historia todavía está abierta y nos enseña. Si no hay futuro, como repite un mantra que pesa sobre nuestros estudiantes, recordémonos todos que lo inevitable es el porvenir. Y que éste siempre se está haciendo, incluso desde el pasado. Son importantes los adverbios. Galileo le propinó este dardo a los ptolemaicos de su tiempo, quienes, aferrados a un tomismo aristotélico que veía en el cambio y la mutación un movimiento hacia la corrupción, proclamaban las virtudes de la quietud: «Merecerían encontrarse con una cabeza de Medusa que los transformase en estatuas de jaspe o de diamante para hacerlos más perfectos de lo que son».

 Me enseñaron a leerlo y yo aprendí que la universidad es más un modo que un medio de vida entonces, en la que conocí como estudiante, aunque me lo aplico ahora, en la que trabajo como profesor, donde procuro transmitírselo a quienes harán la que venga después. Sí, son importantes los adverbios.

Juan García Única

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